domingo, 22 de abril de 2012

TRES ENCUENTROS CON MICHEL FOUCAULT


             Coincidindo com o 15º cabo de ano da morte do pensador francês Michel Foucault, passo a transcrever a seguinte semblança publicada por Toni Negri no periódico espanhol “Liberación” num suplemento homenagem que saiu à rua o dia 30 de Dezembro de 1984.

            TRES ENCUENTROS CON MICHEL FOUCAULT

                        Toni Negri, 1984

            No conocí a Foucault personalmente. Me he encontrado con él tres veces, sin embargo. Siempre fueron encuentros muy importantes.

            Conocí, en primer lugar, al Foucault filósofo. No al de las grandes obras, sino al traductor de la Antropología de Kant, al prologuista de Rousseau, de Spitzer y Binswanger. A través de un trabajo de acercamiento cada vez más preciso a los textos, trataba de definir el análisis existencial de lo imaginario. Lo singular en él era el hecho de que su metodología no quería ser ni una simple hermenéutica de los símbolos, ni un simple horizonte de desciframiento. Trataba, por el contrario, de captar los signos del mundo, las estructuras existenciales no alienadas y fundamentales. No sé muy bien de dónde le venía ese placer del ser concreto y esa disposición para recorrer la materialidad antropológica, biológica y médica con el fin de inscribir la antropología en la oncología: me dejó fascinado. Lo que es seguro es que el esquematismo kantiano de la razón y la intencionalidad husserliana quedaban transformadas por él en una tentativa de reconstrucción material del sujeto.
            En este primer Foucault, la tradición antológica del pensamiento francés se transformaba en un horizonte operativo. Y, sin embargo, Foucault no cedía a ninguna de las tentaciones de la filosofía de la acción. Por otra parte, elaboraba entonces una filosofía de la interpretación que rechazaba tanto las explicaciones globalizantes como las analogías estructurales. Pero, desde el inicio, se encuentra en él un rechazo de la homogeneidad, leyes de fractura, de saparación. Se trataba de desplazar el problema de la transformación para captar la transformación en su realidad.
            Parafraseando a Benjamin o a Adorno, podría decirse de este pensador, que con seguridad nada tuvo que ver con la escuela de Frankfurt, que la totalidad era no-verdad. Transformar la realidad era desestructurarla continuamente, con el fin de que las necesidades y los deseos pudieran emerger. ¿No afirmaba acaso en su lección inaugural en el Collège de France que era preciso volver a cuestionar nuestra voluntad de verdad, restituir al deseo su carácter de acontecimiento, y desposeer al significante de su soberanía?
            Me encontré por segunda vez con Foucault en la Italia de los años setenta, en pleno centro del trabajo político y de la crisis del marxismo tradicional: sus grandes obras nos iluminaron entonces la microfísica del poder y nos proporcionaron un medio adecuado para su análisis. Los datos de la lucha política eran en la época extremadamente violentos. Era fundamental comprender los mecanismos de una nueva posibilidad de hegemonía social y política. Al demoler el totalitarismo de la vieja tradición del movimiento obrero, Foucault mostraba cómo era posible recorrer los infinitos hilos que tejen la realidad del poder. Nuestra voluntad no podía entonces centrarse sobre poderes ni estrategias. Ninguna delimitación, ninguna frontera: el terreno sobre el que había que moverse no era sino el foco indefinido y profundo de una vitalidad nueva. Los micropoderes no obedecían a ninguna de las leyes que nos había enseñado la ciencia política; no obedecían más que a lógicas desplegadas por los sujetos interpenetrados.
            El mundo aparecía a Foucault tal como nos aparecía a nosotros: como un mundo ya revolucionado, en cuyo seno se entrecruzaban tumultuosamente las redes de la existencia, y cuya riqueza era expresada por su autonomía. No había mediación universal alguna que imponer, nada que no fuera la necesidad de recorrer esos infinitos senderos. Jamás una crítica del poder fue tan eficaz ni tan positivamente acogida.
            Para mí y para muchos de mis camaradas, Foucault no era sólo un teórico. Su obra fue para nosotros una experiencia, un momento de extrema tensión en la elaboración de un nuevo modo de hacer política. Y puedo decir que esto sucedió no sólo en Italia, sino también, y tal vez más, en Alemania.
            Foucault mostraba que la vieja alternativa entre resistencia y revolución estaba muerta: sólo resistiendo se podía transformar; la revolución no es un mito abandonable, sino una práctica que desplegar mediante una desestructuración activa de las redes de poder, singulares y colectivas, en las cuales estábamos presos.
            Era un mundo nuevo éste que Foucault nos mostraba; un mundo en el cual los objetos fetiches de la razón y las instituciones eran remitidos a la circularidad de una sensibilidad y de una imaginación organizadas en lo concreto de la vida. No hay más poder que el interiorizado; no se podía destruir su eficacia sino a través de un análisis y una reconstrucción de cada sujeto y de cada consciencia. Algunos, temiendo que ese trabajo de la sensibilidad y la imaginación condujera a una especie de absoluta indiferencia respecto de todo cuanto acontecía en la historia, criticaban a Foucault en este punto. Se equivocaban.
            Me encontré por tercera vez con Foucault en las “cárceles especiales” de la República Italiana. Pude entonces releerlo completamente, y tal vez, comprender su mensaje. En la miseria extrema y en la total ausencia de racionalidad del mundo carcelario que yo vivía por aquel entonces, y que é describiera con tanta perfección, emergía, sin embargo, un límite, no dialéctico sino humano, una resistencia irreductible: “jóvenes poderes” rompían la violencia de la represión sufrida.
            No pienso tan sólo aquí en el prefacio que Foucault escribiera para Sus cárceles, ni en la entrevista que concedió a “Révoltes logiques”, en la que afirmaba el carácter ineludible de la resistencia individual a la opresión. Este encuentro con Foucault en la cárcel no era de orden filológico: era el reencuentro con un sentido de lo humano que jamás desapareció de su pensamiento. Era una confortación contra la opresión. Una resistencia en acto.
            No puedo finalmente decir sino una cosa: en busca de una nueva definición de la subjetividad, Michel Foucault ha recorrido todas las redes en que se forma la dominación. Ha planteado una materialidad del sujeto con una fuerza extraordinariamente fecunda: al hacerlo, no sólo definió igualmente, de modo desencantado pero potentísimo, la capacidad del sujeto para reconstruir el ser. Contra el poder. Esta refundamentación del método se ha convertido en fundamento de libertad.
            Por ello estamos agradecidos a Michel Foucault.
cooperação.sem.mando

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