por Hernán Kesselman - Psiquiatra, psicoanalista, psicodramatista
Publicado en la Revista Topía (Psicoanálisis-Sociedad-Cultura) N° 32, Buenos Aires, Septiembre/octubre 2001.
Buenos Aires, agosto de 2001.
Esta carta lanzada en una botella al océano cibernético fue escrita por un psicoargonauta para dialogar, más allá de la época, con otro psicoargonauta que la recoja para resonarla hacia todas las direcciones posibles e imposibles.
Está escrita en los tiempos globalífilicos del neoliberalismo salvaje y de las reacciones globalifóbicas. En una Argentina que se niega a darse por desaparecida y en donde impera la desesperación ante la exclusión social.
Quiero contarte algo del origen de mis heterónimos a los que llamo: Disposibles. Síntesis de disposición, de posibilidad diferente, de estar en acto biográfico, y sus conexiones y relaciones desarrollados en mi práctica asistencial, de investigación y de docencia, al igual que en mi vida cotidiana hasta hacer de ellos una forma de sentir, actuar, de pensar y comunicarse. Decirte cómo se impusieron sin que los llamara. Cómo reapareció así Fernando Pessoa, el poeta que había leído en mi adolescencia pero que me consonó ahora en toda la potencialidad de su característica fundamental como escritor: la heteronimia. De cómo influyó no sólo para transitar mi cotidianeidad personal sino también para proponérsela a los integrantes de mi entorno profesional, como herramienta y como ventana para la revisión de todos los esquemas referenciales, con los que operaba en el campo del estudio de las cartografías y taxonomías del comportamiento humano. Es la proposición de un procedimiento optimista para jugar a vivir varias vidas sin tener que vivir varias muertes.
Heterónimo fue el término elegido por Pessoa para designar a distintos personajes, biografías, estilos con los que fue enmascarando su ortónimo (su propio nombre). Para "otrarse", hacerse otro, desde esa capacidad histeroneurasténica que él mismo decía que tenía. Y lo hace para diferenciarlo de la palabra "seudónimo" que sería el firmar con otro/s nombre/s para no ser reconocido como la misma persona, que usan algunos autores.
En la década del ’60 reinterrogué a los paradigmas que dominaban la psiquiatría manicomial, desde mi práctica hospitalaria en Lanús, con Mauricio Goldenberg; junto al impacto de las enseñanzas de Bleger, de Pichón Riviére, y mi formación psicoanalítica con Marie Langer y Emilio Rodrigué que desembocó en Plataforma: la búsqueda de un Psicoanálisis abierto. En la psicología vincular, el estudio de la psicopatología y de la psicofarmacología vincular, que incluían lo personal del curador (cuidador) ya que para ser curador hay que conocer y reconocer al herido que todos llevamos dentro.
Las escenas temidas en nosotros, los psicoanalistas, pudieron compartirse con otros en la medida que pudieron corporizarse en escenas dramáticas y transitar la via reggia de la di-versión. El sentido del humor permitió jugar con nuestros temores más sencillamente que si los clasificábamos como unidades patológicas (fobias, hipocondrías, obsesiones, persecuciones, depresiones, confusiones, etc.)
Las lecturas de Deleuze y Guattari y la clínica antropofágica propuesta por el tropicalismo brasileño, abrieron los axiomas rígidos de la psicología dominante y estimularon la invención desde el esquizoanálisis y la Obra Abierta de Umberto Eco, lo cual nos llevó a Pavlovsky y a mí a concebir evoluciones y prácticas de la multiplicación dramática en todo terreno. Y en lugar de reducir interpretativamente, las desplegábamos por multiplicación resonante de y por los otros.
No obstante la aparición de variaciones sinfónicas en el campo de la psicopatología vincular, sentía que debía realizar un rodeo para su revisión.
Durante el camino me nutrí con alimentos provenientes del arte, la filosofía y la literatura. En este caso, 25 años después, jugando con los heterónimos.
Reflexionando irónicamente con las patologías que me capturan en soledad, empecé a bautizar con nombres propios a los personajes que me habitaban en mis peores y mejores estares (mis disposibles). Personajes que tenían vida y nombre propio. Convivían en un solo cuerpo. Podían independizarse y corporizarse. Allí comienzo a investigar con pasión el quehacer heteronímico de Fernando Pessoa. A él, los personajes se le imponen desde una escritura automática como si él mismo fuera un médium para que se expresen, muchas veces diciendo cosas que no piensa ni siente, escribiendo con estilos diferentes y habitándolos con biografías, fisonomías y caracterologías diferentes entre sí. A uno de ellos, el más joven y cerril, Alberto Caeiro, lo designa el maestro de su propio ortónimo y de sus heterónimos, especialmente de Ricardo Reis -su amigo poeta monárquico pagano- y de Álvaro de Campos -el apasionado triunfal, que firma sus propios poemas explosivos. El único libro que firma con su ortónimo es Mensagem. Hay semiheterónimos inclusive (porque son casi iguales a él pero un poco mutilados, como Bernardo Soares).
La crisis de identidad del mundo globalizado y sus producciones de subjetividad predominantes en el final del milenio en que nos movíamos, nos replanteaba las aperturas de los paradigmas que cerraban nuestra movilidad.
Encarcelados en la certeza de que no podemos ser más que aquel que somos, no podemos llevar adelante el deseo tan humano, tan lúdico, tan típicamente infantil de poder ser muchos personajes, diferentes entre sí. Así es como, junto a las condiciones histórico-sociales que nos determinan, no podemos vivir otras vidas salvo en la ficción literaria, el teatro, el cine, el sueño. Y en mi caso, en la escena clínica del psicodrama analítico y la multiplicación dramática.
Desde la heteronimia, Pessoa se atrevió a vivir tantas vidas como "pessoas" (personas) escribían. En una disyunción inclusa, porque a los heterónimos asoció su propio ortónimo.
¿Acaso en la vida profesional no somos el conjunto de máscaras que se vinculan entre sí, con poses y gestos que van más allá del antifaz del rostro? Y esto vale para terapeutas y pacientes en cualquier continente en que se utilicen herramientas psicológicas. Yo les ofrezco jugar a bautizar sus disposibles.
De los tránsitos transculturales pueden surgir composiciones que transforman la nostalgia de las pérdidas en nuevas oportunidades de creación. Partido para siempre entre Argentina y España, por el exilio y el desexilio, comparto los privilegios que consuenan con Pessoa, esta esquizofrenia cultural de sabores, colores, recuerdos, olores, ritornelos. Probablemente, debe haber influido fuertemente en mi gusto por la heteronimia y el tema del doble que tanto fascinaron a Cortázar y Borges, como le sucedió a Octavio Paz, a Saramago y a Tabucchi.
Antonio Tabucchi -escritor italiano, autor de la novela Sostiene Pereira y de Un baúl lleno de gente, entre otros- llegó a ser tan estudioso y apasionado por Pessoa que lo hace circular por sus novelas y lo llevó a adoptar Portugal como su segundo hogar, y a colocar a Pessoa como una sombra fantasmal que puede aparecer de pronto en cualquiera de sus narraciones o en sus recorridos por Lisboa.
Deleuze y Guattari, son la presencia fértil de Pessoa en la obra filosófica (¿Qué es la Filosofía?) y les inspiran la concepción de "personajes conceptuales": "El personaje conceptual no es el representante del filósofo, es incluso su contrario. Los personajes conceptuales son los ‘heterónimos’ del filósofo, y el nombre del filósofo, el mero seudónimo de sus personajes". Ellos hablan también de "figuras estéticas" que, a diferencia de los personajes conceptuales (potencia de conceptos) son potencias de afectos y perceptos.
José Gil, planteó una convergencia entre el pensamiento de Deleuze y el de Pessoa, y se atrevió a "sostener" que lo que a veces aparece explicitado en Deleuze, por ejemplo en Mil Mesetas, aclara e ilumina lo que pudo haber sido una rápida y simple anotación de Pessoa en El libro del desasosiego (Bernardo Soares).
La filosofía de Deleuze y Guattari y la poesía de Pessoa tienen un centro común: la multiplicidad. Por ello puede irse y venir una y otra vez de uno a otros autores.
Gil profetizaba una cartografía de la heteronimia que me anima a intentar construirla con mis colegas y pacientes.
Hay una "asamblea de cuerpos y almas" en la psicología del encuentro con que habitamos el espacio de la escena mostrativa, explorando el ballo in maschera pirandelliano en que un director busca los personajes que habitan a un protagonista que representa al profesional que prestó su script para descentrarse, desrostrizarse, en la covisión grupal. En esa búsqueda se indaga quiénes lo habitan antes y durante la entrevista, en qué heterónimo disponible o sea, en qué disposible se encuentran los actores hasta llegar a una mutua captura que se quiere abrir en el juego multiplicador. Hasta un tartamudeo escénico que habilita la multiplicación resonante de los otros para fabricar destiempos posibles, desterritorializaciones y se inventen multirrecursos futuros.
En este camino también me cruzo con Oliverio Girondo (Espantapájaros): "Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades..."
Pessoa como Álvaro de Campos, nos revela en Passagem das horas el secreto de su multitud:
"Me he multiplicado para sentir/para sentirme/he debido sentirlo todo/estoy desbordado, no he hecho sin rebosarme/me he desnudado, me he dado/y en cada rincón de mi alma hay un altar a un dios diferente".
Por eso caro destinatario, te invito a que recuerdes, con Pessoa, este e-mail en la vereda de su cafetería habitual "A Brasileira", donde yo mismo fui a su encuentro. En pose metálica está el poeta con una silla vacía para quien esté dispuesto a sentarse con él. No habla, pero sabe escuchar. Sus ojos de escultura debajo del sombrero quizás te escudriñarán el rostro. Y hasta te distraigan del fragor del mundo de peregrinos que van a revisitarlo en Lisboa. Quizá desde su discapacidad conecte con la tuya y dispare otros de tus propios disposibles.
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